Había una vez una pareja peculiar dueña de una exitosa empresa de marketing digital llamada Telaio. El matrimonio, compuesto por Lolix y Carlos, era conocido tanto por su talento en negocios como por su extraña historia de amor. Lolix era una ex novia fugitiva que había dejado plantado a su prometido en el altar y había escapado con Carlos, un programador… pero no cualquier programador: él se dedicaba a diseñar sitios web para adultos.

Al principio, Lolix no tenía idea del tipo de “creatividad” de Carlos en la industria digital. Todo parecía normal, hasta que un día, mientras limpiaba su oficina, descubrió accidentalmente una carpeta en su computadora que decía “Proyectos Especiales”. La curiosidad pudo más, y cuando abrió los archivos, se encontró con una colección de páginas para adultos que dejaban poco a la imaginación.

Furiosa, Lolix tomó el primer objeto que encontró, un tenedor de madera de la comida que acababan de pedir, y, sin pensarlo dos veces, se lo clavó en el ojo derecho. Carlos, sorprendido, no tuvo tiempo de reaccionar más que por instinto y la tomó por el cuello. Se miraron en el último momento de vida, y juntos, soltaron su último suspiro al mismo tiempo.

Desde entonces, los chicos del equipo de Telaio, conocidos cariñosamente como los “Telayitos”, dicen que Lolix y Carlos aparecen de noche, vagando por la oficina y pidiendo ayuda. Se les escucha discutir en los rincones oscuros, Carlos murmurando algo sobre “me debiste haber avisado” y Lolix respondiendo “me lo hubieras contado”. Los monitores parpadean misteriosamente, y a veces los Telayitos encuentran líneas de código incomprensibles en los sistemas que, al traducirse, parecen mensajes de amor y odio a la vez.

Un día, los Telayitos decidieron dejar una ofrenda: un pequeño tenedor de madera y un teclado en un altar improvisado en la sala de juntas. A la mañana siguiente, los objetos habían desaparecido, y en el chat del Crew había un nuevo mensaje:

“Gracias por recordar nuestra historia. Pero recuerden… estamos siempre vigilando… y que nunca falte el marketing… ni la creatividad.”

Desde entonces, cada vez que los empleados se quedan hasta tarde, juran escuchar risitas lejanas y el eco de un teclado escribiendo solo.

Por Liz y Jorge